ELLOS OPINAN RD
Por: Anibal De Castro
Cifras inimaginables de dólares han desaparecido en los mercados, mientras, los cerezos florecen
WASHINGTON, EE.UU.- En la acera tranquila de una calle cualquiera, un cerezo en plena floración se alza como un poema visual. Bajo su dosel rosa, el mundo parece detenerse. Las flores brotan con generosidad, suaves, redondeadas, como si cada una custodiara una gota de ternura.
El tronco delgado, tímido pero firme, sostiene un espectáculo delicado que transforma la atmósfera urbana en un rincón de ensueño. A sus pies o en algún rincón urbano, tulipanes erguidos, con colores que van del escarlata al púrpura más profundo, al amarillo impoluto, completan una escena de belleza que parece inmune al ruido del poder.

Pero no lo es. A pocas calles de distancia, en las salas alfombradas del Capitolio, en los pasillos marmóreos del Tesoro, en la Casa Blanca impredecible, y en las conferencias llenas de cifras de la Reserva Federal, se cuece otra primavera: la del descontento, la incertidumbre y el sobresalto económico.
Las decisiones últimas ahí tomadas sacuden a mercados lejanos, tensan monedas, suben la tasa de los préstamos y modifican el rumbo de millones de vidas. Cifras inimaginables de dólares han desaparecido en los mercados, enfebrecidos por decisiones arancelarias que se suponían de otro siglo. Las economías sueltan fuelle, los cerezos florecen.
El contraste es tan palpable como inquietante. Mientras los turistas bordean las vallas metálicas que protegen la morada de Donald Trump y posan sonrientes bajo los cerezos, embriagados por la fragancia leve y las tonalidades pastel que anuncia la renovación anual de la naturaleza, los titulares internacionales pregonan una primavera turbulenta: inflación perversa, desaceleración global, ajustes fiscales, protestas en países donde el alza de alimentos y energía se vuelve insostenible. El epicentro de muchas de esas decisiones yace en esta ciudad decorada de flores, donde lo sublime convive con lo implacable.
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El cerezo en flor no es un adorno cualquiera. Tiene historia, tiene mensaje. En 1912, el alcalde de Tokio, Yukio Ozaki, regaló a la ciudad de Washington más de 3,000 cerezos como símbolo de amistad entre Japón y Estados Unidos. Desde entonces, cada año, su floración se celebra como un ritual de belleza y paz. El Festival Nacional de los Cerezos en Flor, que atrae a más de un millón y medio de visitantes, convierte a la capital estadounidense en un escenario de contemplación, donde la vida parece ralentizarse y el tiempo adquiere una textura más amable.
No solo florecen los antiguos. En 2024, como parte del compromiso continuo con el legado natural y la diplomacia cultural, Japón donó 250 nuevos cerezos para reemplazar aquellos que, tras más de un siglo, han muerto o enfermado. Es un gesto de renovación que conserva el paisaje y reafirma una alianza simbólica, atirantada ahora por el castigo arancelario.
Esta misma ciudad ataviada de primavera es sede de algunas de las decisiones más trascendentales y muchas veces más impopulares del planeta. Cuando la Reserva Federal anuncia un aumento o baja en la tasa de interés, por ejemplo, se desata una cadena de reacciones que afectan tanto al hipotecado en Ohio como al comerciante informal en Lima, al inversionista en Nairobi o al agricultor en la República Dominicana. Recién hospedó el Día de la Liberación de Trump, todo un portento apocalíptico.
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Los cerezos no lo saben. Siguen floreciendo con disciplina ancestral. El viento y la lluvia les arranca algunos pétalos, pero su armonía permanece. Los tulipanes, a su lado, se yerguen como centinelas silenciosos de la belleza. La tierra que los sostiene no entiende de bolsas de valores, pero acoge el clima benévolo de abril con igual entusiasmo cada año.
Ese es el juego de contrastes en Washington: por un lado, la ternura de lo efímero; por el otro, el peso de lo eterno. El lenguaje floral habla de paz, pero los golpes que se gestan en las oficinas gubernamentales hablan de guerra económica, de ajustes inevitables, de crisis por venir.
La belleza de los cerezos y tulipanes nos recuerda que, a pesar del estruendo de los números, la naturaleza sigue su curso.
Que entre una decisión de política arancelaria y otra, siempre habrá espacio para mirar hacia arriba, para detenerse ante lo que florece sin pedir permiso ni calcular su impacto. Quizá ahí radica el mensaje más profundo de esta primavera radiante: en medio del ruido, el espíritu aún puede encontrar refugio en el silencio de una flor.