ELLOS OPINAN RD
Por: Carlos Becco
En los años 70, cuando hablar de modificar el ADN parecía tema exclusivo de novelas de ciencia ficción, una científica estadounidense descubrió cómo hacerlo realidad en las plantas.
Su nombre es Mary-Dell Chilton, y aunque su nombre no aparece en las etiquetas de los productos agrícolas modernos, su trabajo está detrás de muchos de los cultivos que hoy alimentan al mundo.
El hallazgo que cambió la historia
Mary-Dell Chilton era una joven investigadora en la Universidad de Washington en St. Louis, Missouri, cuando comenzó a estudiar una bacteria del suelo: Agrobacterium tumefaciens. Esta bacteria tenía la peculiaridad de causar tumores en las plantas. Pero Chilton no se conformó con eso: quiso entender cómo lo hacía.
Lo que descubrió fue revolucionario. Agrobacterium lograba insertar parte de su ADN en las células de las plantas para manipularlas a su favor. Chilton pensó: ¿y si usamos ese mismo mecanismo para insertar genes útiles en lugar de dañinos?
En 1983, junto a su equipo, logró por primera vez insertar genes foráneos en una planta de tabaco de forma estable y heredable. Esa fue la primera planta transgénica de la historia. A partir de allí, la transformación genética vegetal dejó de ser una idea teórica: se volvió posible, práctica y reproducible.
La carrera científica
Pero Chilton no estaba sola en esta carrera. Otros dos grupos —uno en Europa liderado por Marc Van Montagu y Jeff Schell, y otro también en St.Louis, pero bajo el ala de Robert Fraley en Monsanto— competían por lograr ese mismo objetivo. Todos ellos publicaron resultados similares en el mismo año. Fue un verdadero final cinematográfico para una competencia muy reñida. Sin embargo, la contribución única de Chilton fue demostrar experimentalmente que el ADN transferido se integraba realmente en el genoma de la planta, y que la planta podía seguir creciendo y reproduciéndose con esa nueva información genética. En pocas palabras: fue ella la que confirmó que la transformación genética vegetal funcionaba.

La ciencia llega al campo
Poco tiempo después, Mary-Dell Chilton se unió a CIBA-Geigy, una compañía que luego sería parte de Syngenta, una de las grandes multinacionales del agro. Allí lideró investigaciones para aplicar su tecnología en cultivos clave como el maíz.
Mientras tanto, Monsanto se adelantó en la carrera comercial. Fue la primera empresa en lanzar al mercado productos como la soja resistente a herbicidas y el maíz Bt, resistente a insectos. Estos cultivos modificados genéticamente se adoptaron rápidamente en países como Estados Unidos, Brasil, Argentina y Canadá.
Aunque Chilton no fue la cara visible de estos avances comerciales, muchas de las tecnologías que permitieron esos productos se basan en sus descubrimientos iniciales y sus patentes.
Una científica en un mundo de empresarios
A diferencia de otras figuras como Robert Fraley de Monsanto que se vincularon con el negocio de los transgénicos, Chilton siempre se mantuvo como científica. Desde Syngenta, ayudó a desarrollar herramientas genéticas para cultivos más resistentes y productivos, pero siempre enfocada en el rigor experimental y el impacto positivo de la tecnología.
Su visión fue clara desde el principio: usar la biotecnología para hacer una agricultura más eficiente, sostenible y capaz de alimentar a una población creciente sin dañar el planeta.
Reconocimiento merecido (aunque tardío)
Por muchos años, Mary-Dell Chilton no fue una figura mediática. Pero la comunidad científica nunca olvidó su contribución. En 2013, fue galardonada, junto a sus viejos competidores Robert Fraley y Marc Van Montagu, con el con el prestigioso World Food Prize, un equivalente al Premio Nobel de la alimentación.
“Personalmente, tuve el privilegio de conocerla en septiembre del 2016 junto con una delegación de Syngenta durante una visita a los EE.UU. y quedé absolutamente impresionado por la sencillez y calidez de esta notable científica”
Finalmente, en 2023, el gobierno de Estados Unidos le otorgó la Medalla Nacional de Tecnología e Innovación, el máximo reconocimiento del país para quienes han transformado la ciencia en impacto social.
Su legado
Hoy, más de 190 millones de hectáreas en el mundo están sembradas con cultivos transgénicos. Muchos de ellos fueron desarrollados gracias a las tecnologías que Mary-Dell Chilton ayudó a crear.
Su trabajo también abrió la puerta a nuevas generaciones de científicas en un campo que, en sus inicios, estaba dominado casi exclusivamente por hombres.
Y quizás lo más importante: plantó la semilla de una nueva forma de hacer agricultura, basada en el conocimiento, la precisión genética y el potencial de la ciencia para resolver grandes desafíos globales.
Un reconocimiento en la cultura popular
El impacto de Mary-Dell Chilton trasciende las publicaciones científicas especializadas y ha llegado a la cultura popular y los debates públicos sobre la biotecnología. En su libro Seeds of Science: Why We Got It So Wrong on GMOs, el autor y activista convertido en defensor de los cultivos transgénicos, Mark Lynas, destaca el trabajo pionero de Chilton. Su libro, que narra una evolución personal desde el escepticismo hasta la defensa informada de la biotecnología, resalta la importancia de estos descubrimientos para el futuro de la agricultura.
Esta referencia moderna refuerza el legado de Chilton no solo en la ciencia, sino también en la forma en que entendemos y valoramos la biotecnología hoy.
Conclusión
En la historia de los alimentos del siglo XXI, los nombres de las empresas como Monsanto o Syngenta pueden ser más conocidos. Pero fue Mary-Dell Chilton quien descubrió cómo cambiar una planta desde su ADN.
En una época en que debatimos cómo producir más con menos impacto, su trabajo nos recuerda que la ciencia bien hecha no solo puede transformar genes, sino también transformar el mundo.
