ELLOS OPINAN RD
Por: Marino Beriguete
Siempre me pregunté por qué en este país la gente se pensiona y sigue trabajando. No hablo del que ama su oficio y no puede soltarlo ni a tiros, sino del que no tiene más remedio que seguir en pie con los huesos crujiendo, porque el país lo pensionó de la boca para afuera.
Aquí, la jubilación no es un premio al deber cumplido, es más bien una patada elegante con papel sellado. El que firma la pensión pierde el seguro, pasa a un régimen de salud que sirve para lo mismo que una sombrilla rota en un huracán, y termina yendo a la farmacia a mirar los precios como quien ve una película de terror.
En otros países, pensionarse es subir de categoría: te respetan, te dan beneficios, descuentos, tiempo. Aquí, ser pensionado es volverse invisible. Es como si el Estado te dijera: “Gracias por todo, ahora muérete en silencio”. Y eso si eres del sector público, porque si eres del privado, ni las gracias llegan.
No es casual que mucha gente rechace su pensión. No es miedo al cambio, es miedo a quedarse completamente desprotegido. ¿De qué vive un pensionado en República Dominicana? De milagros, de los hijos, de Dios. Pero no del Estado. Y si no tiene hijos ni fe, que se agarre del aire.
Vivimos en un país que se olvida de sus viejos. No hay asilos dignos. Hay depósitos humanos con olor a orines y paredes que lloran humedad. Y lo más triste es que el gobierno gasta dinero en eso. En teoría. En la práctica, ese dinero se va como el agua en las manos, sin nadie que vigile a dónde cae.
Lo justo sería que los candidatos presidenciales, esos que prometen hasta la luna en campaña, propongan algo más ambicioso que subir pensiones en mil pesos. Que sueñen en grande: una ciudad dedicada al turismo de pensionados. Imagínese eso: un lugar donde los viejos no sean estorbos, sino huéspedes. Donde haya playas, atención médica, tranquilidad, cultura. Barahona sería perfecta. Tiene mar, tiene montaña, tiene alma. Aunque no tenga un sindico. Espero que eso cambie.
Pero claro, eso exige ver al pensionado como una persona valiosa, no como un gasto. Exige una política que piense a largo plazo y no solo en los votos del mes próximo. Exige respeto. Y aquí el respeto, como la pensión, se promete, pero no se paga.
Mientras tanto, nuestros viejos siguen trabajando, no por ganas, sino por necesidad. Porque aquí, la jubilación no es descanso. Es sentencia.